sábado, 3 de noviembre de 2007

Día 3 - L'viv soleado

Paso mala noche, me asedian pesadillas de todo tipo. Me levanto con la piel sequísima, debe de ser culpa del agua. Desayunamos y nos vamos, por fin, al cementerio. Ya no tendrá tanta gracia como verlo de noche con las velas, pero ya que nos hemos propuesto verlo, eso pensamos hacer. Esta vez por la puerta principal, que, por cierto, está al final de nuestra calle (¡preciosa!; la calle, no la puerta), aunque tengamos que pagar por entrar. Cinco hryvnias, poco más de medio euro, ¿para eso dimos semejante rodeo ayer? Don Stasiek es la hostia, nos tanga un pastón por el piso y luego nos hace dar la vuelta al mundo para ahorrarnos unos céntimos. Debe de ser el punto de vista del negociante. Está claro que algunos nunca seremos ricos.

Hace sol y hay una luz preciosa. Me viene a la mente la canción "Cemetery Gates" de los Smiths: "A dreaded sunny day / So I meet you at the cemetery gates / Keats and Yeats are on your side / While Wilde is on mine. / So we go inside and we gravely read the stones / All those people all those lives / Where are they now? (...)". Pero hace tan buen día que incluso cuesta ver el absurdo de la muerte. Con una luz así, uno acepta que morir es parte integral del juego y que, al fin y al cabo, enterrado allí se debe de estar bastante tranquilo. En las lápidas hay tantas inscripciones en ucraniano como en polaco, tantos apellidos de un sitio como del otro. Siempre resulta intrigante ver las fechas, las profesiones, las relaciones familiares e imaginarse las vidas de esas personas. Hay tumbas sobrias y otras recargadas. Las hay adornadas con estatuas de piedra más o menos airosas. Algunas tienen fotografías de cerámica (muchas de las cuales, por cierto, parecen rotas a propósito, me pregunto qué satisfacción puede obtener alguien de semejante clase de vandalismo) y otras presentan horribles grabados en mármol. En casi todas hay velas. En muchas, además, flores. La mayoría naturales, pero algunas también de plástico. Sobre una tumba decorada barroca y horteramente hacen las veces de jarrones tres botellas de agua cortadas por la mitad. Ni siquiera les han quitado la etiqueta con la marca. Oímos gritos a lo lejos. Es una mujer y parece que habla sola. Debe de ser alguna vieja enloquecida quizá por la pérdida de un ser querido. Los gritos se acercan. Es una voz desagradable, estridente, papagayesca. Sigue acercándose. Entre las tumbas aparece una señora con el pelo teñido de dorado y, tras ella, un grupo de polacos que, arrastrando los pies, siguen sin mucho interés su discurso: "De todos es sabido que Konopnicka fue...". Encontramos unas tumbas apartadas sin vela y Agnieszka cumple con su obligación como polaca de poner unas cuantas velitas (casi) el Día de Difuntos.

Vamos a ver la parte del cementerio dedicada a "los aguiluchos de L'viv", los soldados polacos y ucranianos que lucharon para evitar que la ciudad cayera en manos soviéticas. Es otra obligación que, viniendo de Polonia, tenemos que cumplir. Filas y filas y filas y filas de tumbas blancas con sus respectivas cruces del mismo color. Es impresionante y, a la vez, bastante aséptico. Todos iguales. Si no fuera por los nombres y las fechas. Hay hombres y mujeres. Hay adultos y adolescentes. Nunca he entendido la idea de morir por una ciudad, un país, una bandera o lo que sea, al menos mientras eso no conlleve opresión y represión. Y no sé si lo que me da pena es el hecho de que toda esa gente haya muerto de esa manera o el de que haya muerto por una causa que no comprendo y que, encima, perdieron.

Nos vamos del cementerio hacia el centro con la intención de aprovechar el sol para subir a la torre del ayuntamiento, desde donde, según me ha dicho Daria, hay una panorámica estupenda de la ciudad. Además, por fin tengo la ocasión de practicar mi deporte turístico favorito, el towering. No sé por qué, pero me gusta subir escaleras cuando al final me espera una vista que lo recompense. Y efectivamente, vale la pena subir hasta allí. Tan absortos estábamos haciéndonos fotos que alguien se llevó la guía que Agnieszka había dejado en una repisa y ni nos dimos cuenta. ¿Para qué querrá alguien una guía de L'viv anticuada en polaco? Menos mal que el mal humor por haberla perdido le duró poco. Nos propusimos ir más tarde al mercadillo de libros usados que hay en las cercanías del Rynok a ver si la habían puesto a la venta, pero, obviamente, se nos olvidó.

Al bajar vemos un montón de parejas que se han casado o se van a casar. Las tías, con trajes de color blanco cremoso con mucho vuelo, bastante feos. Los tíos, con trajes oscuros y corbatas bastante feas. Las acompañantes, ¡virgen santa!, elevando a la máxima potencia el concepto autóctono de la elefancia, donde el elemento principal son las botas estilo sadomaso. Vimos incluso una novia flanqueada por una tía vestida de dorado con botas cocodrilescas del mismo color y, al otro lado, otra tía vestida de rojo brillante con botas de tacón de aguja haciendo juego, que más parecía que iba a la verbena a ocupar un cargo que no diré cómo se llama, pero rima con pitón.

Entramos a comer en un bar de estirpe socialista en el propio Rynok. Decoración sobria, paredes desangeladas, manteles rojos con bordados estilo museo etnográfico. En la mesa de al lado un par de tipos con cara de malos. El uno, un cuarentón achulado de pelo rubio pajizo y rasgos similares a los del gobernador de California, lleva un grueso jersey negro de cuello alto a punto de reventar con la musculatura que hay debajo. El otro, un moreno bigotudo que ronda los cincuenta, lleva cazadora de cuero y tiene ojos mezquinos. Ambos observan a Agnieszka de arriba a abajo con total descaro mientras se quita el abrigo. Sorprendentemente, la camarera, una señora mayor que habla algo de polaco, es bastante simpática, la música mola y la comida no es demasiado grasienta, lo justo, y está buena.

Al salir vamos a buscar una tienda de discos porque quiero comprarme la música que anoche me recomendó Tomek: "5'nizza", un peculiar grupo de reggae, por llamarlo de alguna manera, hecho con guitarra y voz; la percusión es beatbox. Acabo comprándome más cosas. Van seis discos en dos días, pero ¡es que están baratísimos! Al pagar no entiendo lo que me dice la cajera. Agnieszka me traduce: sesenta y ocho hryvnias. En el momento en que se las doy a la cajera, Agnieszka se da cuenta de que ha entendido mal y no son sesenta y ocho, sino sesenta y siete. Pero la cajera ha entendido perfectamente el número en polaco, se hace la longuis y no me devuelve la hryvnia de más. Con su pan se la coma.

Entramos después en la iglesia de no sé qué, cerca del Rynok, toda decorada con pan de oro y policromías sobre fondo celeste. Me llama la atención porque en España no conozco iglesias así, pero donde se ponga la sencillez y sobriedad del románico o la grandiosidad de un buen gótico, que se quiten los colorines.

Luego buscamos, también en el Rynok, el museo de la farmacia del que anoche nos hablaron Igor, Tomek y compañía. Se entra en una botica antigua, se le pagan tres hrynias (por supuesto, sin recibo ni nada que se le parezca) a una señora de pelo violeta pálido más bien taciturna y ésta te hace pasar al otro lado del mostrador de madera y entrar en una sala repleta de estantes y vitrinas con frascos donde se lee: euforbio, cocaína, efedrina, estricnina... La señora se vuelve a su espacio y nos deja solos. Vamos descubriendo que después de esa sala hay otra, y luego otra, y otra, y otra más, ésta con redomas y probetas, la otra con símbolos alquímicos, un búho disecado y un cocodrilo de madera que cuelga del techo... Es como un túnel del tiempo y estamos totalmente solos en él. Nosotros mismos tenemos que tantear la pared para buscar el interruptor de la siguiente sala. Hacemos fotos en sepia, que es lo que pega, y toqueteamos algunas cosas con cierto remordimiento. Al cabo de un rato aparece la bruja del pelo violeta y nos da a entender que quieren cerrar ya.

Vamos a ver una iglesia ortodoxa que queda por allí. Se entra por una puerta lateral a una especie de vestíbulo desde el cual se accede al recinto donde en ese momento se está celebrando el oficio. Nos quedamos observando desde la puerta. En el interior, totalmente dorado y llenito de iconos (nada que ver con las iglesias protestantes), el sacerdote canta no sé qué versículos, la gente le responde y luego él desaparece tras una puerta, vuelve a aparecer por otra, la gente sigue canturreando... Me resulta la mar de curioso. Entre los no demasiado numerosos asistentes predominan las viejitas rechonchas de vestido negro y pañuelo floreado en la cabeza. Tienen ojos opacos, duros y relucientes como piedras incrustados en rostros arrugados como pasas.

Buscando un sitio donde tomar algo damos con la taberna "Korchma na Ruskyj" (Корчма на Руський), sita en la calle Rus'ka (Руська). Mientras esperamos a los polacos de anoche, pedimos unas birras "Persha Pryvatna Brovarnya" (Перша Приватна Броварня), no están nada mal. Para acompañar, "basturma" (mojama de caballo) y calamares secos (parecen virutas de bacalao). Curiosos, estos aperitivos ucranianos. La conversación, entre otras cosas, gira en torno al hecho de que en la fábrica de no sé qué refrescos que hay en Mielce o por ahí tienen dos procesos de fabricación separados según el producto vaya destinado al mercado polaco o al ucraniano. En este último caso, la calidad es peor, pero así pueden venderlo más barato. Me resulta increíble, pero luego me acuerdo de lo que nos contó ayer aquel simpático veterano de guerra. Al cabo de un rato se nos acopla don Stasiek con el pretexto de que quiere ayudarnos y por eso viene a explicarnos que es mejor que para mañana no pidamos un taxi de ninguna compañía, que es mejor que llamemos a un amigo suyo que sólo nos cobrará veinte hryvnias más, o sea, el doble de lo normal, pero que a cambio viene seguro. Teniendo en cuenta que se ha desplazado hasta allí expresamente "para ayudarnos" y que se ha tomado dos cafés, no creo que le salga demasiado rentable el negocio. No conseguimos quitárnoslo de encima. Mientras seguimos con nuestra conversación, él se dedica a repartir sus "tarjetas de visita" artesanales, que no son otra cosa que postales de propaganda (de ésas que se cogen en las tiendas de ropa) con su nombre y dirección escritos a boli por el otro lado. Cuando acaba con nuestro grupo se pone con la mesa de al lado, que también resulta ser de polacos y, encima, también de Mielce. Nunca había oído el nombre de ese sitio y mira tú por dónde parece que en L'viv no hay más que mielzanos. Mientras tanto, Agnieszka y yo vamos calculando cuántas hryvnias nos quedan exactamente para ver si podemos tomarnos una cerveza más y otra ración de basturma. De postre tienen limón con azúcar, dudo de si pedirme algo tan exótico, al final me decido, pero ya han cerrado la cocina. A las once nos echan.

Llueve. Los mielzanos están con ganas de marcha. Agnieszka se encuentra mal y prefiere irse a dormir, pero consigo convencerla. Sin embargo, cuando veo que don Stasiek se ha acoplado definitivamente al grupo y pretende llevarnos a no sé dónde, cambio de opinión. Estamos tentadoramente cerca de casa. Nos vamos a dormir. Para lavarnos los dientes tenemos que utilizar el agua de las ollas de la cocina, ya que de los grifos no sale ni gota.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jejeje... me sorprende que te sorprenda el grado de elefancia de las mujeres de estos países. Creo que en Serbia coincide, tristemente :(

Me ha hecho mucha gracia la foto de la zapatería que has puesto. De no saber que era de L'viv, podría pasar PERFECTAMENTE por una de las muchas que hay en esta ciudad. Justo estos días ando a la búsqueda y captura de unas botas planas, para el día a día, y está costando encontrarlas. Son todo botas altas y con un estilo que a mí me cuesta combinar con mis jeans de cada día.

Juraría que en España hay mucha más variedad de estilos. No sé... ¿qué será, será?

Besos