jueves, 1 de noviembre de 2007

Día 1- Paulatina introducción a la ucraneidad

Me levanto temprano, con tiempo suficiente para atravesar media Varsovia en bus y llegar a la estación Oeste, teniendo en cuenta la posibilidad de que, al ser un festivo en el que la gente suele ir a ver a la familia, hubiera atascos. Pero no los hay. A las ocho y poco las calles estaban vacías.

En la estación Oeste (Warszawa Zachodnia), mucha menos gente de lo que me había imaginado. En el hall la gente se apiña en torno a los bancos, como si éstos ejercieran no sé qué magnetismo. Todos llevan ropas oscuras y gestos circunspectos. Está empezando el frío y predominan los abrigos largos de paño negro, abundan los guantes, gorros y bufandas. Resulta extraño: tanta gente junta y tanto silencio. Decido que este va a ser un viaje en blanco y negro. Me armo de cámara, ya en busca de imágenes.

He quedado a las nueve con Agnieszka, una amiga de una amiga, estudiante de Historia del Arte y que ya ha estado una vez en L'viv. No sé si es buena idea viajar con alguien que apenas conozco, pero ya se verá. No he conseguido convencer a nadie, muchos de mis amigos se iban a sus respectivas ciudades. Inés y Kuba no tenían con quién dejar el perro. Mientras espero, decido ir al baño preventivamente. Al bajar las escaleras veo a dos tipos de uniforme. Me fijo en el escudo: gendarmería militar. Una asociación lleva a la otra: uniforme - policía - guardia de frontera - pasaporte. ¡El pasaporte! ¡Qué burro que soy! Me monto en el primer taxi que veo. Nervios: el tráfico empieza a hacerse más denso. Logro llegar a mi casa, sacar el pasaporte del cajón de la mesilla y volver a la estación a tiempo. 75 złotys. Lo mismo que cuesta el billete a L'viv.

En el andén me espera ya Agnieszka. Enseguida llega nuestro bus: "Варшава-Львів". Se corresponde exactamente con lo que, cuando yo iba al cole, denominábamos una "pota cacharra". Es posible incluso que date de aquella época y que en aquella época ya lo fuera. Hay varios ucranianos dando vueltas por ahí, parecen atareados, pero para el profano no queda muy clara cuál es la función de cada uno. Uno abre la puerta, otro el maletero (con una llave de mecánico más larga que mi antebrazo), alguno habrá que conduzca. Los pasajeros: en su mayoría ucranianos, deben de ir a pasar unos días a casa aprovechando el puente. Los hombres, con sus gorras anticuadas como de película francesa de los 60 y sus miradas al mismo tiempo atentas y fugaces, tienen pinta de sospechosos. Sus rasgos también tienen algo de anticuados. Algunos -los mayores- llevan bigote a la moda soviética. Los que no parecen boxeadores tienen la nariz recta y de gran presencia. A un lado del bus están de pie dos tipos. Llaman la atención por la discreción de sus movimientos y lo juntos que están. Parecen estar llevando a cabo algún tejemaneje.

Arrancamos. En la primera parada (Warszawa Stadion, para quien sepa lo que quiero decir), todavía en la ciudad, el conductor, un chico joven de pelo pajizo, habla sin bajarse del bus con la controladora, de obligatorio abrigo negro. Habla en polaco, pero con acento ucraniano o ruso, suena bastante divertido, como si fuera un espía mal camuflado. Todo en orden, hay 26 pasajeros. Al despedirse le dice: "felices fiestas". Y ella, entre disgustada y condescendiente: "estas fiestas no son felices". Bueno, en Méjico sí lo son.

Dos giros más allá el bus para un momento en medio de la calle y abre la puerta. Suben siete u ocho tipos con la misma pinta de sospechosos. El conductor les mete prisa: ¡rápido, rápido! Desaparecen al fondo del bus. Parece que el conductor se gana un sobresueldo. Arrancamos otra vez. Luego, sujetando con una mano el volante y con otra el móvil, llama a no sé quién y se pasa como cinco minutos pidiéndole indicaciones sobre cómo salir de Varsovia y coger la carretera adecuada.

En aquella cafetera con ruedas, evidentemente, no hay baño, pero eso no parece preocupar a nadie más que a mí. Al ser el festivo que es, todos los establecimientos están cerrados por ley y no tenemos dónde parar. Varias horas después llegamos a la frontera. Por suerte no hay cola, al parecer el grueso de gente viajó la noche anterior. Pero andan escasos de personal y sólo funciona un carril. Anochece y allí seguimos enjaulados en el bus, no nos dejan bajarnos ni para ir al baño. Los guardias polacos pasan de nosotros, no sé si porque el bus va lleno de ucranianos, y se dedican a revisar otros coches que llegan después. Finalmente se llevan todos nuestros pasaportes y al cabo de un rato nos los traen de vuelta. Avanzamos unos metros y les toca el turno a los ucranianos. Entra en el bus una tipa con uniforme paramilitar, un enorme gorro de piel con orejeras que debía de pesar un quilo y cara de muy pocos amigos. Debe de tener la misma impresión que yo sobre los ucranianos, porque trata a todo el mundo como sospechosos. Al llegar a nuestra altura coge el pasaporte de Agnieszka y luego el mío, la mira a ella y, señalándome con la barbilla, le pregunta: "человік?" (chelovik?). Nos quedamos dudando: en polaco el equivalente de esa palabra significa "ser humano"; en ruso, "hombre"; ¿debo sentirme ofendido? La vecina del asiento de al lado nos aclara que en ucraniano significa "marido". Señora, ¿y a usted qué le importa?

Mientras esperamos a que nos devuelvan los pasaportes bajo a estirar las piernas. Curioso: a este lado de la frontera hay nieve, como si la meteorología se viera limitada por la geografía política. Tras más de dos horas en el paso fronterizo, por fin nos ponemos en marcha, ya en territorio ucraniano. La parada da para mucho y Agnieszka, que es muy sociable, ya ha entablado conversación con la mayoría de los asientos cercanos. Nos enteramos, por ejemplo, de que la chica que viaja atrás a la derecha es ucraniana, pero está casada con un polaco y estudia en Varsovia y su hijo, que no recuerdo cómo se llama, tiene siete años y es muy gracioso, dice que es polaco como su padre y se niega a hablar ucraniano. La señora que viaja en el asiento de nuestra izquierda nos da gustosamente nuestra primera clase de ucraniano. Es mayor, tiene un abrigo negro y el pelo oscuro, pero empalidecido, sonríe todo el tiempo con cierta timidez enseñándonos sus relucientes dientes de oro. También debe de pensar que, puesto que viajamos juntos, debemos de ser pareja, pero al no vernos muy cariñosos el uno con el otro decide explicarnos (en una curiosa mezcla de ucraniano, ruso y polaco) no sé qué teoría sobre "los cinco lenguajes del amor", que por lo visto ha sacado de un libro de un tal Dobson o algo así. Dice que cada persona tiene su "lenguaje del amor" y que éste puede ser: el tacto, el regalo, la cooperación, la palabra agradable u otra cosa que ni ella misma recordaba. Que en cada persona predomina uno y que es importante prestar atención a eso, porque, si no, puede suceder que tú estés todo el tiempo diciéndole cosas bonitas a la otra persona y que ésta, a pesar de ello, se marchite, mientras que si simplemente la tocaras florecería. Me gustó la teoría, me gustó la forma en que nos la contó y, sobre todo, el hecho de que decidiera ayudarnos al darse cuenta (¡perspicaz ella!) de que nuestra "pareja" no funcionaba.

Al otro lado de la frontera, lo primero que vemos es una interminable hilera de casetas y barracas de chapa ondulada. Intentamos descifrar los letreros: cambio de divisas, seguro internacional para el coche, recambios, productos alimenticios, más cambio de divisas, más seguros...

Ya en L'viv nos espera don Stasiek. Don Stasiek es "polaco nacido en Ucrania", esto es, descendiente de esos polacos que aún sienten la ciudad como suya. Es guía turístico y también alquila apartamentos. Lleva un abrigo negro de paño y un peinado de la época de entreguerras. Constantemente se tiene que estar echando hacia atrás un flequillo rebelde. Habla polaco bastante bien, aunque con acento ucraniano. Cogemos una marshrutka (un microbús) que nos lleva al centro. Luego don Stasiek nos conduce hasta un edificio antiguo, probablemente una casa nobiliaria. Calle Pekars'ka (Пекарська), número 11. El portalón, de madera, está abierto. El mosaico de las baldosas de la entrada, tan gastado que en algunos sitios éstas parecen lisas. Huele a orines. El ascensor (que se halla cubierto de ropa o trapos viejos) está dentro de una jaula enorme que ocupa el enorme hueco elíptico de la escalera. No funciona. Lo prefiero, porque no sé qué me habría dado montarme ahí. Debe de ser antiquísimo. Subimos dos pisos. Nos abre la puerta una monja. Flipamos mogollón tirando a mazo. La hermana Anna, pues así se llama, nos explica en perfecto polaco que hasta no hace mucho aquello fue un convento donde vivían cinco monjas, pero que ahora la congregación lo alquila a turistas. Hay varios dormitorios (cerrados con llave, quise explorar), una cocina grande, un retrete y dos baños, uno de los cuales no funciona y apesta a cañerías. Nos enseña nuestra habitación: un cuarto enorme con dos librerías vacías, una figura de la Virgen en una pared, un Cristo braciabierto como el de Río de Janeiro en la otra, un cuadrito con la foto de Ratzinger y un sofá cama. Don Stasiek (¡a buenas horas!) nos pregunta con la mayor delicadeza de la que es capaz si "estamos casados o es una pregunta delicada o en cualquier caso nos importa tener que dormir juntos". Nos miramos y le decimos que en cualquier caso nos da igual. La hermana Anna nos ha llenado la bañera de agua caliente. Resulta que en L'viv hay tantos problemas con el agua que sólo la pueden usar de 6 a 9 de la mañana y de 6 a 9 de la noche. Y ya son casi las 10. Tienen un depósito que se llena a esas horas y así disponen de un remanente para el resto del día, pero sólo de agua fría. Nos explica también que es muy importante que cerremos la llave de paso cada vez que salgamos, no vaya a ser que se desborde el depósito y se inunde la casa, cosa que por lo visto es frecuente en esa ciudad. En el retrete, por si la cisterna no funcionara, hay dos cubos llenos de agua tan ferruginosa (me imagino) que tienen el borde delineado por una costra rojiza. En el baño hay un barreño de agua para lavarse. En la cocina, dos ollas con agua supuestamente potable, filtrada.

Mientras Agnieszka se baña, bajo a la tienda de enfrente a comprar leche y galletas para desayunar. Y agua mineral. Hablo en polaco, me contestan en ucraniano y entre eso y el lenguaje gestual nos entendemos perfectamente. Mola esa sensación, es la primera vez que estoy en Ucrania pero me siento como la primera vez que estuve en Portugal.

Me baño yo también. Antes de acostarme quiero ir al baño, pero al apretar el interruptor da un chispazo y se funden de una vez las bombillas de los dos baños, el retrete y la cocina. Que alguien me lo explique.

Si hoy sueño con las aventuras del día, estoy seguro de que las imágenes serán en blanco y negro.

5 comentarios:

Tatiana Tchiornaya dijo...

HOLA ALFONSO
MI NOMBRE ES TATIANA, NACI EN LA HERMOSA CUIDAD DE L'VIV, PERO HACE 14 AÑOS QUE VIVO EN PERU. SABES? NO ME GUSTO TU COMENTARIO, TU NOTA, O COMO QUIERAS LLAMARLA, DICES QUE ERES UN CORRESPONSAL? L'VIV ES LO MAS LINDO QUE VI, ES MI PATRIA, ES DONDE VIVE MI FAMILIA, DONDE NACI, DONDE TAMBIEN NACIO MI HIJA. ME PARECE RARO QUE A TI TE DISGUSTE L'VIV: NO TE GUSTO EL CLIMA, POR CIERTO, NADIE TE MANDA ALLA Y AUN EN LOS TIEMPOS DE OTOÑO, SI QUERIAS SOL VE A PERU, QUE ES UN PAIS MARAVILLOSO, Y SABES PORQUE? PORQUE YO SI SE VALORAR LAS COSAS LINDAS; NO TE GUSTO LA GENTE, QUE ES LA GENTE MAS DECENTE Y TRABAJADORA QUE CONOZCO; TAMPOCO TE GUSTO MI BANDERA, QUE ES BANDERA DE MI PATRIA. UN CONSEJO, ANTES DE METER TU HOCICO EN BARES Y CRITICAR LAS BOTAS DE LAS AZAFATAS ( QUE A PROPOSITO A NOSOTROS, LOS LECTORES, POCO O NADA NOS INTERESA ESO), ENTRA A LA PAGINA DE WEB Y CULTURIZATE UN POCO, LEE DE LA CULTURA Y DE LA GENTE. PORQUE CADA PAIS, CADA CIUDAD; QUE POSIBLEMENTE VISITARAS COMO CORRESPONSAL TIENE LO SUYO Y NO SOLO BUENA COMIDA. EDUCATE, QUIZAS NO CONOSCAS ESA PALABRA CHICO PROFESIONAL, OJALA QUE EL PROXIMO REPORTAJE QUE PUBLIQUES SEA ALGO MAS PREOFESIONAL. UN CONSEJO, DEBERIAS SER ALGO MAS CUIDADOSO CON LO QUE ESCRIBES, PODES OFENDER A MUCHAS PERSONAS QUE AMAN LO SUYO.
ME DESPIDO DE TI, OJALA QUE DEL PROXIMO VIAJE TRAIGAS ALGO MAS INTERESANTE.
TATIANA

Alfonso dijo...

Tatiana:

No sé por qué no he visto tu comentario hasta ahora mismo, ¡qué despiste! No debió de llegarme la notificación de que habías dejado un comentario y, debido justamente a la falta de respuesta, no había vuelto a pasarme por aquí hasta hoy. Mis disculpas.

Y te pido perdón también si en algo te he ofendido, a ti o a otras personas. No era ésa mi intención. Pero vayamos por partes.

En primer lugar, no, no soy corresponsal ni nada parecido, aunque no me disgustaría. Este texto no es un reportaje, sino un cuaderno de viaje de cinco días. Lo que aquí escribo son mis impresiones, aceptando y reconociendo de antemano toda la parcialidad de la que pueden adolecer. Es cierto que me expreso con ironía en varios fragmentos, quizá debería haberme moderado más en mis palabras, pero por otra parte el blog es un medio que tiene dos características importantes que, a mi modo de ver, permiten semejante tono: 1) es un espacio de expresión libre; 2) deja espacio a la respuesta de los lectores, posibilidad de la que tú misma has hecho uso, cosa que me alegra, ya que siempre es positivo suscitar debate.

Añadiré en mi descargo que la ironía que aquí empleo hacia determinados aspectos de la Ucrania que he podido ver (y no hacia -o "contra"- el país entero), es la misma que utilizo cuando hablo de cualquier otro país, incluido el mío... o de cualquier tema en general.

En cualquier caso, no es cierto que no me gustara la ciudad (al contrario, ¡me encantó!, y tengo muchas ganas de volver) ni su gente (aunque no tuve mucha ocasión de tratar de cerca con los habitantes de L'viv, la gente con la que traté me pareció sencilla y cálida, que es probablemente lo mejor que se puede decir de alguien que apenas se conoce). No sé si has leído las siguientes entradas del blog, pero creo que esa impresión se desprende, como mínimo, de mi última entrada.

Para dejar las cosas claras: sobre Ucrania apenas sé nada y en mi texto no pretendía fingir otra cosa; hace poco más de un año pasé cinco días en L'viv, ciudad que me encantó; la impresión general que me llevé fue la de que L'viv, ese fragmento de Ucrania que, si bien someramente, pude observar, en muchos aspectos vive inmerso en una época que yo consideraba pasada y que, precisamente por eso, encuentro fascinante.

Para otras conclusiones te remito a la última entrada.

Saludos,
Alfonso.

Alfonso dijo...

Hm, releyendo esta entrada entiendo a lo que te refieres...

Reconozco que falta algún contrapunto que equilibre la ironía. Sin embargo, el texto está escrito desde el punto de vista del viajero que se enfrenta a lo desconocido, en quien al comienzo del viaje prevalecen los prejuicios (esto es: valoraciones a priori susceptibles de ser refutadas) y el temor o recelo ante lo nuevo. Todas las impresiones están filtradas por ese temor. En cuanto al estilo, el texto es deudor de la literatura de Andrzej Stasiuk, a quien en aquel momento me encontraba justamente traduciendo. La hipérbole y la ironía son aquí recursos más o menos literarios.

Si te fijas bien, trato con parecida ironía a ucranianos, polacos y ucranianos de origen polaco (o "polacos nacidos en Ucrania", como algunos preferirían). Y, lo que es más importante: el momento de mayor calidez humana que menciono es el de la señora ucraniana del autobús, a quien aún hoy recuerdo con ternura.

Voy a releer el resto de las entradas, a ver si dan la misma impresión o qué...

Tatiana Tchiornaya dijo...

Bueno realmente acepto las disculpas que me brindas, sin embargo temo decirte que ese comentario que esta en tu blog desde hace un año no lo escribi, fue mi madre. Ella es una mujer que definitivamente respeta mucho a su pais y todo lo que el representa.

Sin embargo, no descarto la posibilidad de volver a comunicarme contigo y de esa forma intercambiar ideas sobre algun tema. Cuidate.

Tatiana Tch.

Viajero dijo...
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